Antes de los teatros domésticos hubo un invento que llenó de ilusión y fantasía las casas de las ciudades europeas. La linterna mágica, inventada al parecer por Christiaan Huygens en los años 70 del siglo XVII (ya había sido descrita en el siglo XV por el italiano Giovanni de Fontana) y perfeccionada por el jesuita alemán Athanasius Kircher, el danés Erasmo Bartholin -descubridor de la polarización de la luz- y el italiano Alessandro di Cagliostro, consistía en una cámara oscura desde cuyo interior se iluminaban unos cristales pintados cuyo contenido se proyectaba a través de una óptica sobre una pantalla. Al otro lado de esa pantalla, el público podía contemplar lo que el cristal mostrase. Las primeras lámparas de aceite o las simples velas, usadas como iluminación para la proyección fueron poco a poco sustituidas por la lámpara incandescente o el arco voltaico para mejorar el invento.
Esta pieza perteneció a Marcelino Muñoz, fotógrafo vallisoletano cuyo hijo Vicente retrató a miles de personas en el Campo Grande. Marcelino y Vicente usaron esta linterna como proyector, para hacer ampliaciones de algunos de los retratos que sacaban.