Si tuviésemos que buscar el origen de nuestra civilización nos tropezaríamos casi de inmediato con el concepto de propiedad y, por ende, con la necesidad de usar la toponimia para aclarar –del mismo modo que la antroponimia sirvió siempre para definir las características de las personas o la manera de diferenciarlas por el nombre– las peculiaridades de los terrenos que a cada persona pertenecían (apropiados o heredados). Había, por tanto, en la relación del individuo con la tierra que pisaba, un aspecto claramente patrimonial e identitario que se observaba ya en el derecho romano, se mantuvo en la cultura cristiana, se prolongó en las instituciones jurídicas medievales y se consolidó en el concepto moderno de propiedad...
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